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viernes, 10 de septiembre de 2021

Posesión demoníaca, vejación, infestación, obsesión… ¿en qué se diferencian?. NSI

 

El demonio realiza "acciones extraordinarias". Conozcamos qué es lo que la Iglesia engloba bajo este concepto y los exorcistas bien conocen.


Shutterstock | lunamarina

Es habitual encontrar en los medios de comunicación informaciones confusas sobre las muestras concretas de lo que la Iglesia engloba bajo el concepto de la “acción extraordinaria” del demonio. Por eso es bueno aclarar las cosas en un terreno aparentemente tan oscuro y resbaladizo, basándonos en la tradición de la Iglesia y en la experiencia de los exorcistas.

La acción del maligno en el mundo

Obviamente, partimos de la creencia católica en la existencia de los demonios o diablos (sí, en plural), a los que el Catecismo llama “espíritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino” (n. 392). Se trata de unos seres que aparecen repetidas veces en la Biblia, y con los que luchó el mismo Jesús, tal como lo atestiguan los evangelios, que lo presentan haciendo exorcismos –y ordenando a sus discípulos que también exorcicen en su nombre–.

Aunque siempre es necesario subrayar que su poder no es equivalente al de Dios, pero invertido –como una especie de principio superior del mal–, sino que, como aclara el mismo Catecismo de la Iglesia Católica, el diablo “no es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios”.

Y continúa diciendo: “aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños –de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física– en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo” (n. 395).

En este marco es donde hay que entender la acción extraordinaria del diablo, siempre con vistas a hacer daño al ser humano, apartarlo de Dios y conducirlo a la condenación. Veamos cómo clasifica y explica estas acciones la Iglesia desde hace siglos.

La infestación

Para la Teología, la infestación es la acción extraordinaria del demonio sobre un lugar, un objeto o un animal, principalmente, aunque también pueda afectar a personas.


Uno puede preguntarse qué sentido tiene esto cuando afecta a elementos inanimados (lugares y objetos) o animales. El objetivo del diablo siempre es el mismo: perturbar al ser humano, molestarlo, llevarlo al desánimo y a la desesperación.

La historia de la Iglesia nos da variados ejemplos de infestación que afecta directamente a personas, sobre todo si miramos a las vidas de algunos santos, que sufrieron episodios de infestación externa (voces o visiones perturbadoras, por ejemplo) o interna (imaginaciones o sensaciones sin causa aparente).

La obsesión

Se llama obsesión diabólica al fenómeno por el cual una tentación llega a tal grado en una persona que, podríamos decir, la “atrapa” por completo.



Quien la sufre, a pesar de que va contra su voluntad, experimenta dolores fuertes –también corporales–, pensamientos obsesivos, arrebatos de odio o ira, desesperación, ideaciones suicidas, etc.

La vejación

Otro tipo de acción extraordinaria del demonio es la vejación diabólica, un ataque directo del demonio a la salud de la persona o a su bienestar en sentido amplio. El caso de Job, relatado con todo detalle en el libro bíblico que lleva su nombre, es paradigmático.



Y, una vez más, la historia de la Iglesia nos da muestras de santos que han sufrido las vejaciones diabólicas en su itinerario biográfico. Baste pensar en ejemplos antiguos como San Antonio Abad o más recientes como San Juan María Vianney (el Santo Cura de Ars) o San Pío de Pietrelcina.

La posesión

Y llegamos, por fin, a la acción más fuerte y contundente que puede ejercer el demonio sobre una persona: la posesión. Tal como la describía Corrado Balducci, lo que hace el diablo es dominar el cuerpo de la persona, dominando indirectamente su espíritu con el fin de anular sus facultades superiores.



De esta forma, quien está poseído por el demonio se encuentra, de repente, utilizado por él como un mero instrumento. Aunque es bueno recordar que el demonio no puede tocar el alma de la persona, esto es algo que Dios no permite.

La posesión es algo que encontramos en varias ocasiones en los evangelios, que precede a la acción exorcística de Jesucristo y que fundamenta la labor de la Iglesia, que continúa practicando el exorcismo por obediencia al mandato de Jesús.

Pero… ¡lo más importante!

No podemos terminar este repaso sin recordar que lo verdaderamente importante para las personas es estar atentas a la acción ordinaria del demonio, que no ha aparecido en la lista, únicamente dedicada a la acción extraordinaria.

¿Y cuál es la “labor cotidiana” del diablo con respecto a las personas? La tentación, que intenta apartarnos en cada momento de Dios. Mucho más peligrosa que cualquier posesión, vejación, obsesión o infestación.

La tentación, si es secundada por el hombre, conduce al pecado, y éste a la separación de Dios, a la muerte eterna. Por eso en la oración más importante de los cristianos –la que enseñó Jesús–, se repite siempre: “no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal”.

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