Editorial
29 de junio de 2025
Cuando el alcalde de Ipiales inauguró con entusiasmo el renovado parque La Pola el 24 de marzo de 2024, lo presentó como un símbolo de transformación urbana: un espacio cultural, familiar y seguro, donde la tranquilidad fuera el eje central de la vida comunitaria. Hoy, poco más de un año después, esa promesa comienza a desvanecerse entre el deterioro físico, el abandono institucional y la inseguridad creciente.
El desgaste no solo es material —pintura decolorada, mobiliario vandalizado, zonas ya deterioradas—, también es social. El parque ha vuelto a ser refugio para el consumo de sustancias psicoactivas, escenario del desorden y del retroceso. Y lo más grave: las autoridades, lejos de anticiparse, parecen ceder terreno ante la delincuencia, sin presencia constante ni operativos eficaces.
Lo que debió consolidarse como un modelo de espacio público digno, hoy refleja la incapacidad administrativa para sostener el mínimo mantenimiento y control. La ausencia de los gestores culturales que lo defendieron en sus inicios, sumada a la apatía institucional, termina por condenar al parque a la misma historia de siempre: abandono, inseguridad y desconfianza ciudadana.
Ipiales no necesita más promesas inaugurales ni discursos de campaña disfrazados de gestión. Necesita hechos. Necesita que la palabra "recuperación" deje de ser un titular y se convierta en una política sostenida. La seguridad debe dejar de ser episódica para volverse estructural. La vigilancia, rutinaria. La cultura, protagonista.