El fraile dominico Frei Betto sostiene que no es posible aplicar enteramente la pedagogía freireana en la escuela formal.
Por Matías Loja
Frei Betto fue amigo y discípulo de Freire. Sostiene que no es posible la emancipación de los pueblos de América Latina sin un trabajo de base.
Frei Betto conoció el método de Paulo Freire en 1963. Vivía en Río de Janeiro y los sábados subía a Petrópolis para alfabetizar a obreros de una fábrica de camiones. “Allí descubrí que nadie enseña nada a nadie, unos ayudan a otros a aprender”, recuerda Frei Betto en una charla con La Capital desde su residencia en San Pablo (Brasil).
La entrevista vía Zoom con el fraile dominico nacido en Minas Gerais y autor entre otros de Fidel y la religión, El día de Angelo P. y Por una educación crítica y participativa, se da en el marco del centenario del nacimiento de Paulo Freire, a quien recuerda como un hombre carismático, humilde, con los pies en la tierra y un cristiano revolucionario “interesado en fortalecer la conciencia política y ciudadana del pueblo”.
Teólogo, educador popular ligado a las comunidades eclesiales de base y discípulo de Freire —sus textos se encuentran en la librería virtual freibetto.org — para Betto la pedagogía freireana no se puede aplicar integralmente en la enseñanza formal, porque sería como “meter un elefante en una caja de fósforos”. Y afirma que todo educador debe preguntarse por el objetivo final de su tarea, si es “mera producción de mano de obra para la reproducción del sistema desigual” o está formando personas para construir “otro mundo posible”.
—¿Cómo conoció a Freire?
—Conocí la metodología pedagógica de Freire antes de conocerlo a él personalmente.
Vivía en Río de Janeiro a inicios de los años 60 y la metodología había llegado ahí a través del Movimiento de Educación de Base (MEB) al que estaba vinculado. Pude adoptar la metodología en un trabajo con obreros de una fábrica de camiones cerca de Río de Janeiro. Después que salió de la cárcel, donde Paulo Freire estuvo a raíz del golpe militar, fue a refugiarse a la embajada de Bolivia en Río de Janeiro. En septiembre del 64 fui a visitarlo en la embajada y nos conocimos personalmente. Después nos encontramos cuando regresó del exilio a Brasil en 1980. Pasaron muchos años, mantuvimos algún contacto por correspondencia, a través de amigos, pero yo seguía adoptando su metodología, sobre todo en la segunda mitad de los años 70, cuando fui a vivir en una favela en Vitória, en la provincia de Espírito Santo, y también en mi trabajo con las comunidades eclesiales de base en todo Brasil. Fui un discípulo muy fiel de Paulo Freire. Y cuando él regresó del exilio vino a vivir en San Pablo, cerca del convento en el que yo vivo. Con mucha frecuencia me invitaba a almorzar en su casa y ahí teníamos muy buenas charlas. De esas charlas surgió el libro Esa escuela llamada vida.
—Contó que conoció el método Freire en esa fábrica de camiones ¿Cómo lo describiría?
—Implicaba saber leer el mundo antes de aprender a leer textos. Esto vino de la metodología de la Acción Católica Brasileña, un movimiento cristiano progresista que tenía el método de ver, juzgar y actuar. Paulo Freire era un cristiano que supo adaptar la metodología marxista sin ningún problema para su fe cristiana. Adoptó ese método inductivo donde cuanto más se conoce el contexto mejor se comprende el texto. Un ejemplo del trabajo que hacíamos en la fábrica: proyectábamos diapositivas con fotos de la cercanía y de la propia fábrica, y a los obreros les hacíamos preguntas:
—En esta foto, ¿qué cosas el ser humano no ha creado?
—La loma, el cielo, los árboles, los pájaros.
—¿Y qué cosas ha creado el ser humano con su trabajo?
—Los camiones, el edificio, la carretera, las bicicletas.
—¿Y de donde viene la materia prima para producir ladrillos, hierro para los camiones o madera para el cercado?
—De la naturaleza. —Ahí venía el concepto de cultura, la acción humana sobre la naturaleza.
—¿Qué vehículos hacen en esta foto?
—Camiones.
—¿Tienen camiones?
—No, bicicletas. Los camiones son muy caros, cuestan como 40 mil dólares. Para tener un camión hay que trabajar décadas.
Ahí venía la concepción de la plusvalía, la relación de clase, las contradicciones, la mercancía, la explotación del trabajo obrero. Desde ahí era muy fácil sacar palabras generadoras como explotación, opresión, capital, naturaleza, cultura, para empezar el pasaje de alfabetización.
—¿Qué eran las palabras generadoras?
—Son las palabras centrales del mundo cultural del obrero, de un campesino o un pescador. Palabras que a partir de ahí se va generando un vocabulario. Por ejemplo, de la palabra vivienda se puedes sacar vida, vitalidad y muchas expresiones de la palabra casa. Esas son las palabras generadoras, aquellas que son más usuales en el vocabulario de una persona que está siendo alfabetizada.
—¿Qué significa aprender con el pueblo?
—Ese es un concepto muy importante en la metodología de Paulo Freire. Significa que no hay nadie más culto que otro, hay culturas distintas y socialmente complementarias. Es una falsedad pensar que una persona que tiene posdoctorado en la universidad es por eso más culta que otra que nunca ha ido a la escuela. Es un falso concepto la idea de que la cultura está asociada a escolaridad. Un ejemplo: un astrofísico con todos los títulos universitarios y científicos, tiene una cocinera que se llama María, que nunca ha ido a la escuela pero que tiene una cultura culinaria que el astrofísico no posee. Si hacemos un balance de quién depende más de la cultura de otro, seguramente María puede pasar sin la cultura astrofísica de su patrón, pero él jamás puede pasar sin la comida de María.
“No se puede tener empatía con los oprimidos si se vive todo el tiempo en el mundo de los opresores”, dice Betto.
Foto: Marcelo Bustamante / La Capital
—¿Qué significa Freire en la historia de la educación popular, qué legado deja?
—Puedo decir que sin Freire no habría Lula, Rafael Correa o Evo Morales. Todos esos líderes populares que despuntaron en América Latina son fruto de la pedagogía de Freire, porque llevó a los oprimidos a conquistar su autoestima política y su protagonismo. Hasta Freire los campesinos y obreros progresistas eran conducidos por una vanguardia de intelectuales de izquierda. La vanguardia del proletariado nunca era formada por los propios proletarios. A partir de Freire son los mismos oprimidos los que asumen la dirección del proceso emancipatorio. Este es el sentido más profundo de su pedagogía.
—En el El día de Angelo P usted dice: “Detesto las aulas, las hamburguesas y la gente que se jacta de engañar a los demás”. ¿Sigue pensando lo mismo de las aulas?
—Si, por eso fui a trabajar con la educación popular. Porque la pedagogía de Freire no se puede poner en la enseñanza formal. Se pude poner uno u otro aspecto, pequeños ensayos si es posible. Pero poner a la pedagogía de Freire en la escuela formal es lo mismo que meter un elefante en una caja de fósforos. Es imposible, porque en la educación popular dependemos del ritmo de los educandos y no del calendario del año lectivo. Siempre me rehusé a ser profesor en escuela formales. He sido muy poco tiempo en algunas escuelas, para cubrir algún vacío que había, pero a mí me gusta trabajar con la gente sencilla de las favelas y de los movimientos populares. Ahí no tenemos la camisa de fuerza de todas las formalidades de la enseñanza burguesa, porque toda nuestra estructura de enseñanza es muy elitista. Lo que Paulo Freire denunció como educación bancaria, el meter en la cabeza de la gente nuestros saberes y conocimientos.
—De todas formas usted solía visitar escuelas. Cuando lo hacía, ¿le gustaba indagar en algo en particular?
—Nunca tuve la pretensión de llevar a las escuelas formales la metodología de Paulo Freire. Tenía sí la pretensión de cuestionar sobre todo en dos aspectos: primero siempre preguntaba cuál era la merienda de los estudiantes, porque en general eran las menos indicadas para una buena salud. Con exceso de grasas, de azúcar. A muchos niños no les gusta la ensalada, entonces preguntaba por qué no usaban un pedacito de tierra para hacer un huerto, porque esos niños al hacer la cosecha van a superar los prejuicios que tienen. Y la otra pregunta que siempre hacía era ¿cómo es la educación sexual en la escuela? En general viene una profesora o profesor a decir que la educación sexual es así y asá. Y le digo: “Bueno, usted me perdonará, pero eso es educación de higiene corporal para evitar enfermedades sexualmente transmisibles, porque en ningún momento ha dicho dos palabras fundamentales: amor y afecto”. Si no es educación para el amor y el afecto está equivocada. Pero no tengo otra pretensión, estoy convencido que se pueden meter aspectos de la metodología freireana en la escuela formal, pero no se puede adoptar totalmente, porque la escuela formal es una compresión a esa metodología y no permite desarrollarla.
"Poner la pedagogía de Freire en la escuela formal es lo mismo que meter un elefante en una caja de fósforos. Es imposible"
—¿Cómo era personalmente Paulo Freire?
—Era un hombre muy humilde, en el sentido etimológico de la palabra. De humus, de tener los pies en la tierra. Tenía conciencia de su valor como pedagogo, de su trabajo a nivel mundial, sobre todo en los años que estuvo fuera de Brasil. Cuando fue al Consejo Mundial de las Iglesias en Ginebra pudo viajar a todos los continentes, llevando su metodología a pueblos muy pobres. Era un hombre sin pretensiones de ser importante o de riqueza. Estaba sobre todo interesado en fortalecer la conciencia política y ciudadana de nuestro pueblo. Paulo Freire era un revolucionario en el sentido profundo de la palabra. Era un cristiano revolucionario, y su sueño era justamente ver un Brasil emancipado de las opresiones, con mucho menos desigualdad social, con la gente en condiciones de tener los derechos humanos fundamentales asegurados, como alimentación, salud, educación, cultura y trabajo. Era una persona muy sencilla, no creaba ninguna barrera para acercarse a él, pero era un hombre carismático, sin ninguna duda. Cada vez que iba a dar clase a la Universidad Católica de San Pablo tenían que pasar a un salón porque no estaban solamente sus alumnos sino que llegaban estudiantes de otros cursos interesados en sus charlas.
—¿Hay algún libro, anécdota o frase de Freire que lo acompañe más en estos tiempos?
—Muchas. Él decía mucho una palabra que no sé cómo traducir, que es boniteza, una expresión del nordeste de Brasil. O sea, una cosa muy bella, delicada. Decía que en la educación hay que imprimir boniteza. También decía con otras palabras que la cabeza piensa donde los pies pisan. O sea, usted no puede tener empatía con los oprimidos si vive todo el tiempo en el mundo de los opresores. Si no tiene vínculo con el mundo de los más pobres, de los empobrecidos. Paulo era una persona muy realista en ese sentido, de una epistemología que tenía que tener como punto de partida el mundo de los oprimidos. Eso era muy frecuente en toda su obra: Pedagogía de la autonomía, Pedagogía de la libertad y sobre todo Pedagogía del oprimido, que es su obra más clásica.
—En este tiempo que vive América Latina de avance de ideas reaccionarias y discursos racistas, donde algunos plantean que “la rebeldía” parece ser de derecha ¿qué puede aportar Freire?
—Creo que uno de los problemas de América Latina, sobre todo que han enfrentado los gobiernos progresistas de América del Sur en las últimas décadas, es que hemos formado muchos militantes de base, pero esa gente fue absorbida por estructuras de gobierno. O sea, en la medida que líderes como Chávez, Maduro, Morales, Correa, Lula o Dilma fueron ocupando espacios en gobiernos había que tener cuadros confiables, con sintonía ideológica con la propuesta de gobierno. Con eso dejamos espacios vacíos en los barrios populares, y ese vacío fue progresivamente ocupado —en el caso de Brasil— por tres vertientes: el fundamentalismo religioso, el narcotráfico y las milicias, las bandas paramilitares criminales con las cuales Bolsonaro tiene excelente relación. Nuestra principal tarea es volver al trabajo de base. No hay posibilidad de emancipación de América Latina y de los pueblos sin ese trabajo de base, en formación, concientización, organización y movilización. Son las cuatro palabritas que están en la obra de Freire para crear un nuevo proyecto de sociedad. Para dar consistencia a nuestra esperanza de un futuro mejor.
—¿Qué le diría a quienes militan en esos movimientos de base, que le disputan al narcotráfico el futuro de muchos chicos y chicas?
—Sí, y sobre todo en situaciones en las que esos chicos y chicas no tienen escolaridad, acceso a la escuela y a empleos. Entonces esa gente se torna muy vulnerable a cualquier tipo de asociación criminal y va por ese lado, sobre todo con este fenómeno de las drogas. No creo en ninguna izquierda que no tenga en su proyecto un trabajo de educación popular.
—¿Qué mensaje le daría a los docentes que están dentro o fuera del sistema educativo?
—Si son educadores se tienen que preguntar ¿educar para qué? ¿Educar para el mercado capitalista, educar muchachos y muchachas para que se tornen mano de obra sofisticada, tecnológica y científicamente bien preparada pero sin ningún proyecto de sociedad en la cabeza? O sea, de mera reproducción de ese sistema de desigualdad, de explotación, de esta era que muchos llaman antopoceno pero yo llamo capitaloceno. Porque la hegemonía mundial está concentrada en los privilegios del capital y no de los derechos colectivos. Creo que cada profesor, maestro o maestra se tiene que preguntar qué objetivo final tengo en mi educación, si mera producción de mano de obra para la reproducción del propio sistema o estoy preparando gente para buscar otro mundo posible, una alternativa a esta sociedad que cada vez más agranda la desigualdad social, la devastación socioambiental y tantos otros problemas que el mundo enfrenta hoy. Agravados con esta pandemia terrible que seguramente tiene que ver con el desequilibrio ambiental, porque la cadena predatoria de la naturaleza se rompe con la injerencia humana y los animales acaban pasando a nosotros sus enfermedades.
—¿Qué utopías perseguir hoy?
—La utopía que me mueve es muy sencilla: creo que no hay futuro para la humanidad si no compartimos los bienes de la tierra y los frutos del trabajo humano. Es como una familia, donde las personas son muy distintas y hay distintos talentos e inteligencias. Pero ningún padre o madre concede a un hijo derechos que no concede a otro. Todos tienen iguales derechos y oportunidades. Este es mi proyecto de sociedad, muy sencillo. ¿Y en qué me he inspirado?. Por la práctica y la palabra de Jesús en los Evangelios. Jesús vino a proponer no propiamente una religión ni mucho menos una Iglesia, sino un proyecto político y civilizatorio que él llamaba reino de Dios. Que la iglesia puso arriba, pero en la cabeza de Jesús estaba delante. Por eso fue crudamente asesinado, porque hablar del reino de Dios en el reino del César, es lo mismo que hablar de democracia en la dictadura, o de socialismo en el capitalismo. Hoy estoy convencido que seguramente no voy a disfrutar de eso, pero hay que vivir para ser semilla de ese nuevo proyecto de sociedad. Que toda la gente tenga derecho no solamente de nacer con dignidad sino de vivir con dignidad. Es una cosa muy sencilla que sigo llamando socialismo. La gente dice que el socialismo no existe o que ha cometido muchos errores. Mira, la Iglesia tuvo la Inquisición y ahora tiene pedófilos pero yo no abandono la propuesta, porque en sí misma es muy buena y positiva. Siempre vamos a tener que hacer nuestras acciones dentro alguna institución, lo importante es luchar para cambiarlas. La utopía sigue siendo este horizonte que decía Eduardo Galeano, el horizonte que vemos en la ventana, que podemos ir caminando en su dirección pero jamás lo vamos a alcanzar. ¿Y para qué sirve el horizonte? Para hacernos caminar.