Una interesante entrevista para afrontar con realismo y
confianza los retos de este mundo interconectado.
La pornografía se ha convertido en algo accesible a todos,
también a los más jóvenes, quienes, a través de las pantallas, descubren la
sexualidad por medio de prácticas cada vez más “trash” (basura). El abogado
Erwan Le Morhedec, que repasa la actualidad a través de su blog Koztoujours, lo
explica en la siguiente entrevista a Aleteia, en la que también ofrece
herramientas para afrontar el mundo con esperanza en este mundo interconectado.
Usted constata una sexualidad hecha siniestra bajo el efecto
de la pornografía convertida en banal. ¿Qué dificultades encuentran hoy los
jóvenes en la aprehensión de su sexualidad?
Estas dificultades nuevas surgen, de hecho, de esta
exposición a la pornografía. En los últimos años, el porno se ha convertido en
algo accesible a todos, también a los más jóvenes, en todo momento, simplemente
a través de un smartphone.
Allí donde, hace veinte años, era necesario el acceso al
Canal Plus (lo que no era evidente para un adolescente) o a cintas de vídeo,
ahora es suficiente con una conexión 3G en todo lugar y a toda hora.
Para los más jóvenes es evidente que las primeras imágenes a
las que pueden estar expuestos pueden impactar de manera duradera.
El descubrimiento de la sexualidad está siempre acompañado
de temores por una parte y por la otra. Miedo a no saber, miedo a no estar a la
altura. Sin embargo, hoy los jóvenes descubren la sexualidad por medio de
prácticas cada vez más trash (basura).
En mi libro, destaco cómo el discurso comercial de esta
industria del porno traduce sin rodeos la realidad, y algo que las entrevistas
complacientes de las estrellas del porno y otros artículos de prensa trending
intentan ocultar: para existir en la masa del porno accesible en línea, las
webs deben imperativamente ir a una sexualidad cada vez más dura.
Uno de esos actores se refería en el periódico Libération al
hecho de que los sitios que le daban más rendimiento eran sus sitios zoófilos,
y eso hace casi diez años.
El resultado es que los niños se sienten obligados a
reproducir lo que ven, lo que se creen autorizados a hacer, son propensos a
creer que una chica que rechaza ciertas prácticas es una chica con remilgos y
al contrario, las chicas pueden temer que disgustar al rechazarlas y ser
descartadas.
Esto induce una sexualidad doblemente violenta, física y
psicológicamente. Además, la tendencia a la dominación, bastante frecuente entre
los hombres, es totalmente exacerbada en estas películas, en las que las
mujeres sólo están ahí para satisfacer las necesidades de los hombres.
Cuando las escenas no son explícitamente violentas, lo menos
que se puede decir es que la ternura está excluida de ellas.
Esta sexualidad anormal es por otra parte susceptible de
crear complejos o frustraciones entre los que no entienden por qué su propia
vida sexual no es tan desenfrenada, porque su pareja (o su cónyuge) no es como
en las películas.
Por último, muchos estudios destacan el efecto de
acostumbramiento, de adicción que por una parte pude conducir a algunos a un
consumo desenfrenado de porno y a una verdadera enfermedad, y por otra parte, a
verdaderas incapacidades fisiológicas en situaciones sexuales normales y sin
estimulación por vídeos porno.
El Papa Francisco apela a la alegría cotidiana en su
exhortación apostólica Evangelii Gaudium. ¿Cómo mantener esta alegría en un
mundo tan sombrío e incierto como parece ser el nuestro?
Yo creo que hay que saber dar toda la importancia que merece
a la felicidad personal (a los placeres simples), que no es menos legítima. El
Papa destaca en esta exhortación cómo Cristo mismo ha alabado la belleza de la
Creación.
Hay que saber acoger la belleza de la naturaleza, la de un
rayo de sol en la ciudad, un pájaro en un arbol, alguien que pasa sonriendo por
algún pensamiento desconocido.
Claro que debemos tomar nuestras responsabilidades en el
mundo, pero estos momentos son indispensables para que podamos hacerlo, incluso
para saber lo que queremos proteger.
Hay que saber también dar sentido a las cosas en la
sobreinformación a la que estamos expuestos. Pasamos nuestro tiempo siendo
sometidos a escándalos, a injusticias, dramas frente a los que somos totalmente
impotentes pero que a pesar de todo nos implican.
Los sitios de información, obligados a hacer volumen, nos
bombardean con hechos ocurridos en países situados a miles de kilómetros, que
nos indignan o entristecen pero que seríamos incapaces de cambiar incluso con
la mejor voluntad del mundo.
Al menos hay que ser conscientes de ello y saber, a veces,
cerrar nuestras ventanas al mundo exterior –incluyendo internet y los
smartphones– para concentrarnos en nuestro propio mundo: nuestros familiares,
nuestros vecinos, nuestro barrio.
También hay que evitar el gusto por el declive, no descartar
las informaciones positivas, favorables. Hay sitios sobre buenas noticias,
diarios que proponen páginas especiales sobre iniciativas solidarias,… Debemos
saber dedicarles un poco de la atención que dedicamos a los males del mundo.
Por último, espiritualmente debemos cultivar el abandono.
Debemos aportar nuestra parte y dejar el resto en las manos del Padre. Me
gustan mucho las referencias de Cristo a los pájaros del cielo. Dios los
alimenta, se ocupa de ellos. “¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos? Y
sin embargo, ni uno de ellos está olvidado ante Dios. Es más, aun los cabellos
de vuestra cabeza están todos contados. No temáis; vosotros valéis más que
muchos pajarillos”.
Pienso a menudo en estas palabras cuando la inquietud se
apodera de mí. No cedamos a la ideología del control: no podemos controlarlo
todo, así que sepamos abandonarnos a veces.
ALETEIA TEAM 10
NOVIEMBRE, 2015
Por Camille Tronc
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