El Evangelio de hoy (san Mateo 25,1-13) me hace recordar que de
chico, muchas veces mi madre o mi padre, me felicitaron, me premiaron y me
dieron bellos regalos cuando hacía las cosas bien y era obediente, diligente,
sensato. También, me corrigieron porque fui desobediente, respondía y era
altanero, porque no hacía tareas y no me levantaba pronto para ir a la escuela;
en fin, muchas cosas que hacía mal porque creía equivocadamente que eso me
hacía feliz, porque creía que estaba bien hacerlo. Sin embargo, ahí estaban ellos,
papá o mamá para hacerme caer en cuenta de que eso que hacía me perjudicaba y
yo necio insistía en repetir todo aquello por lo que había sido corregido. No
entendía. Hoy adulto ya me doy cuenta que esas cosas por las que papá y mamá se
desgastaban corrigiéndome eran para mi bien. ¿Fui necio? ¡si!
Y en mi vida espiritual, en mi
vida como católico, el Evangelio me hace recordar cuantas veces soy necio, desobediente,
también diligente, prudente, precavido. Cuantas veces se me corrige con amor y
yo insisto en mi maldad en mi pecado, insisto en hacer mi voluntad, en dejar
las cosas para mañana a sabiendas que ahora mismo puedo ser llamado a rendir
cuentas. Creo que el meollo del asunto radica en la inteligencia, pues no creo
que haya algún católico que prefiere condenarse, por el contrario, siempre
estamos buscando la salvación.
¿Y entonces por qué insistimos en
ser necios y rechazar el plan que Dios ha trazado para nosotros?
Señor, te pido me des la
suficiente sensatez y prudencia para cumplir tu plan, que no sea como las
vírgenes necias, yo quiero Señor participar del banquete de bodas. Amen.
Con amor Hno. Javier Coral
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